Parafraseando el título de una de las canciones de la dupla Lennon-McCartney, intentamos acercarnos a analizar una elección legislativa que sorprendió por sus resultados.
A primera vista es difícil de entender y mucho más de explicar. Más allá de las euforias, decepciones y conformismos, el resultado electoral del pasado domingo 26 de octubre sorprende a propios y extraños principalmente contrastado con el obtenido apenas 49 días atrás.
Si bien en nuestro país a veces los días parecen años –por la cantidad e intensidad de los hechos que a nivel político y económico que suceden- al oficialismo no parece haberle hecho mella ninguna de las situaciones que los analistas políticos ponían de relieve. Ni el escándalo de Espert –que debió “bajarse” de su pole position en la lista-, ni los audios de Spagnuolo, tampoco el 3% famoso que le achacaron a la hermana y “asesora” del Presidente, y menos el caso “Libra” que parecía “salpicar” directamente a la primer investidura…
Siendo equitativos, también en la otra vereda hubo situaciones que podrían haber perjudicado la imagen opositora, con una ex Presidenta condenada por corrupción, un ex Presidente acusado de abuso sexual al igual que un Intendente del primer cordón del conurbano y otro “denunciado” infraganti en las redes pasando la buena vida en un yate. Sólo por mencionar algunos “ejemplos” (bueno, no es la palabra más adecuada para el caso).
Pero lo cierto es que el oficialismo, más allá del control inflacionario y la “limpieza” que dice haber hecho del Estado, no tenía muchas cartas positivas para mostrar. Casi diríamos al contrario y que, por eso, apelaba al “riesgo kuka” y a la paciencia de la ciudadanía porque a partir de ahora el país se encaminaría.
Primero se ninguneó al Congreso de la Nación, luego fue el turno del recorte a los jubilados (que aún hoy todos los miércoles se movilizan para hacer oír sus reclamos) y no solo en sus haberes, sino también en sus servicios sociales. También la educación, principalmente la universitaria, se vio afectada y todos nos acordamos de las multitudinarias movilizaciones para evitar los recortes presupuestarios.
Los trabajadores, hasta el momento huérfanos de una conducción centralizada que otrora luchó y logró innumerables mejoras. Sí, la Confederación General del Trabajo, ausente con aviso, vió cómo el poder adquisitivo de sus protegidos perdiera contra la inflación.
La salud, también atacada por el “topo que viene a destruir al Estado” que fue por –quizás- los más débiles: la discapacidad y la minoridad (con el hospital Garrahan como punta de lanza).
Con la mirada puesta en el control de los números, principalmente de la inflación, el Presidente condujo sus primeros dos años de gobierno con mano de hierro sin apartarse de su promesa, pero alejándose del segundo ítem prometido ya que casi terminó mimetizándose con las prácticas de la vieja política o casta de la que tanto despotricó y que anunciaba combatir. Pero volviendo al primer objetivo, la inflación, el dólar fue el miembro de la manada más rebelde de domar y fue quien lo llevó al límite al punto tal de que horas –fíjese que estamos hablando de horas- antes de que una situación hiperinflacionaria, de las varias vividas por aquí, nos estallara en la cara llegó la “ayuda” oportuna de los amigos del norte.
Ayuda es una palabra que, en realidad, queda corta para describir el aporte que el propio Presidente Trump a través del funcionario estadounidense Scott Bessent hizo en nuestra economía Nacional. No está del todo claro porque aún no hay información oficial al respecto, pero se sabe que el Gobierno estadounidense compró –o mandó a comprar por financistas amigos- pesos argentinos para inyectar dólares interviniendo directamente en el mercado local. Algo inédito en la historia, lo que quiere decir que nunca pasó. Escribirlo parece una obviedad, pero es que nunca permitimos que pase.
El tiempo nos dirá, cuando nos demos cuenta del costo de estas medidas, si la palabra ayuda era la adecuada para estas circunstancias o si nos lamentaremos confirmando un intervencionismo como el que los norteamericanos están acostumbrados a realizar en economías emergentes que no les conviene que terminen compitiéndoles… Ya lo ha hecho con un tinte más político en los años ´70 y ´80 colaborando con las dictaduras latinoamericanas, como para citar un ejemplo del que todos sabemos los resultados.
Lejos estamos desde aquí preferir que el país, en las vísperas de una elección de medio término, vuele por el aire económicamente porque sabemos de primera mano las consecuencias que ello acarrea.
Lo que viene ya está anunciado. Sólo nos falta que nos informen los detalles.
Un nuevo intento por la reforma laboral, buscando modificar una ley que fue pionera en su tipo en los ´70 para precarizar la situación del trabajador en relación de dependencia, por allí fueron e irán los proyectos de cambio de una situación que debe resolverse desde la producción y la competitividad. Se irá también por la reforma previsional, un tema complejo y del que está claro que nuestro sistema no soporta mucho más tiempo pero que, paradójicamente, suele ser una de las “cajas” más tentadoras de la administración. Y el tercer punto, que involucra de lleno a los Gobernadores de las provincias, es la reforma tributaria, donde a simple vista el contribuyente no está invitado a participar de la discusión.
Simplemente intentamos describir la situación para que juntos podamos comprender esta realidad que no parece llevarse de la mano con la lógica. Quizás sí, con la necesidad. Porque por más golpeados que estemos, si nos auguran o amenazan que la cuestión puede empeorar, naturalmente una mayoría optará por permanecer y sobrevivir sin siquiera intentar mejorar, negando un pasado que no fue bueno pero que hoy preferimos ningunear cuando la historia nos marca que, de él, debiéramos aprender.